Morir no debe ser tan aburrido después de cruzar el umbral. O al menos así lo percibe y plantea el director Qiu Jiongjiong con el armónico viaje que emprende el fallecido Qiu Fu, un reconocido payaso de una famosa compañía teatral que es bien recibido en el inframundo, una zona donde habrá de recorrer su vida a través de los recuerdos que logró conservar.

Esos recuerdos se desmenuzan en historias que lo transportan a su infancia con las peripecias que debió sortear la ópera Sichuan durante el periodo de intensos conflictos políticos en China a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Dicho retorno al pasado, que deambula entre vivos y fantasmas, se recrea en sincronía con el arte a través de la música, el teatro y actos circenses.

El trayecto de Qiu Fu también implica atravesar por experiencias dolorosas y episodios violentos que le acompañaron en su crecimiento. Nada peor que el hambre. Y es ahí cuando el arte suple a la comida para llevarse algo al estómago. En otras palabras, distrae el apetito. En esta escala específica es inevitable no recordar las anécdotas compartidas por la periodista Cristina Pacheco a sus invitados en el programa de Conversando con respecto a no comer; ella platicaba que su mamá recurría a contarle cuentos extensos y llenos de imaginación para que se les olvidara que no habían comido por falta de dinero.

Incluso para narrar esas desventuras, Qiu Jiongjiong tiene la visión de mantener su puesta en escena con movimiento, armónica. Si no es de forma sonora a través de los cantos y música, lo hace por el aspecto visual con objetos o detalles que juegan dentro del cuadro para mantener el ritmo.

La melancolía que quiere transmitir el director a través de Qiu Fu es juguetona. ¡Lo que se agradece! Se aleja del recurso fácil de caer en el melodrama lacrimógeno para asumir el reto de transformar ese sentimiento en un motivo de sana juerga artística. Tal postura temeraria en su tratamiento le ayuda para mantener atento al espectador, quien tiene la posibilidad de abrumarse en un momento dado porque la película dura tres horas.

El inframundo construido por Qiu Jiongjiong es hasta cierto punto apetecible. Se trata de un universo donde no todo es blanco ni todo es negro y en el que las artes nos permiten prolongar lo que fuimos en vida.