Quien tiene gusto por la literatura latinoamericana, especialmente por el realismo mágico, sentirá cercana o familiar esta película que se traza entre una comedia sutil y el suspenso. Las situaciones humorísticas que se presentan en la historia parecen involuntarias por parte de sus personajes, lo que compagina bastante bien con la intriga que envuelve a su protagonista, Max (Gustavo Falcao).

Max es un escritor que ha decidido mudarse a una casa ubicada a las afueras de un pueblo pequeño, tranquilo y de pocos habitantes. Eligió ese lugar para poder recuperar la creatividad y escribir su próximo libro en completa calma. Pero de manera gradual notará situaciones extrañas ligadas al antiguo inquilino de esa vivienda, lo que le llevará a pensar que su salud mental y su existencia están en riesgo.

Falcao nos narra el miedo y el agobio de Max al ver que las hojas en blanco de su computadora aparecen con historias escritas no tecleadas por él, al mismo tiempo que le impacta descubrir que el sótano abandonado resguarda libros con biografías de cada habitante del pueblo. En ese sentido, Max y espectador van de la mano preguntándose qué es lo que sucede, qué hay en realidad en ese poblado.

Ese misterio se acompaña de personajes peculiares, pintorescos y entrañables que parecen sacados de novelas de Gabriel García Márquez, Alberto Bryce Echenique, José Donoso o Augusto Roa Bastos. Son simpáticos pero inquietantes a la vez. Los escenarios (inmuebles de corte antiguo), oficios (despachar la oficina de correos), vestuario (colorido), son otros elementos que también dan la impresión de haber saltado de alguna obra literaria de los autores mencionados hacia lo visual que propone Falcao.

Ese conocimiento o uso de la narrativa latinoamericana también se refleja en el ritmo de la película. El guion no tiene prisa por mostrar lo que asusta. Construye con paciencia las atmósferas en función de los personajes que intervienen en ellas para que a la larga surja confusión y duda en el público, lo que se traduce en interés por conocer el desenlace. Se agradece esa intención, mayor aún si tomamos en cuenta que proliferan títulos o contenidos que abusan de contar sus tramas a toda velocidad, de forma explícita y repetitiva. Aquí se le concede respiro y oportunidad de pensamiento a quien está en la butaca.

¿Espíritus? ¿Pueblo fantasma? ¿Un sueño? ¿Nada es real?Sea cual sea el final previsto por el espectador, suficiente ganó en el proceso previo para recorrer junto a Max un universo que va desde la sugestión hasta la aprehensión por lo que alberga ese pueblo que en su interior rinde homenaje a la tradición literaria de América Latina.