Mientras que la industria de Hollywood apuesta por sagas, superhéroes y remakes para sostener el cine de entretenimiento, Italia se arriesga con proyectos originales para presumirse en el cine comercial de buena manufactura. Muestra de ello es Freaks Out, película que aparentemente puede parecer un disparate encaminado al desastre por su idea, sin embargo resulta una entretenida y agradable sorpresa en su ejecución.

Como en este mundo todo es posible, ¿por qué no?, se vale confrontar a un grupo de freaks contra los nazis. Sin duda, una batalla que se presta a ser delirante. Y lo es. Sin embargo, muy aterrizada en lo humano dentro de lo que puede prestarse la fantasía. He ahí un gran acierto del director y guionista Gabriele Mainetti, sosteniéndose en la historia de Nicola Guaglianone.

La película nos remonta a la Segunda Guerra Mundial. En su secuencia inicial vemos el show circense de un maestro de ceremonias, un domador de insectos, un payaso imantado, un hombre-bestia peludo y una mujer cuyo cuerpo genera electricidad. De repente, el circo donde dan su espectáculo es destruido por una bomba del régimen nazi. Entonces nos damos cuenta que ese circo era también su hogar, su vida. A partir de allí, este grupo de seres especiales debe reinventarse fuera de su terruño en un periodo donde el fascismo quiere imponer su visión en Europa. En su camino habrán de lidiar contra representantes de las tropas nazis, contra el nazismo en sí.

En materia cinematográfica crecimos con la imagen de que los freaks son monstruos terribles, malévolos, pertenecientes al género de terror. Nomás hay que recurrir a Freaks, de Tod Browning, como antecedente. Aquí, Mainetti los saca de ese perfil para desestigmatizar esa concepción ubicándolos con simpatía y empatía en referencia al espectador. Lo hace dotándolos de algo importante: ellos se sienten libres en lo que la gente considera su monstruosidad. Contrarrestan sus peculiares físicos/organismos con humor.

Esa libertad cobra mayor notoriedad ante un personaje como Franz, un virtuoso pianista con 12 dedos que tiene como defecto ser nazi. Poseedor de un talento musical que incluso cruza la barrera del tiempo (toca canciones como Creep, Sweet Child O’Mine), además de tener sueños premonitorios ligados a nuestra actualidad (controles de videojuegos, teléfonos celulares), su condena es pertenecer al régimen que quiere controlar el pensamiento del resto del planeta. Eso sí es monstruoso.

La aventura en tono quijotesca por parte de los freaks plantándole cara al fascismo también puede interpretarse como un mensaje frontal hacia el público con relación a la cultura del desprecio e intolerancia existente hoy día hacia todas aquellas personas que consideramos diferentes y, lo que es peor, continúa perjudicándose su derecho a ser libres.