Es notable que a sus 83 años Paul Verhoeven siga lúcido y potente con ese oficio e irreverencia que le caracterizan. Quizá porque a esta edad ya no pierde nada, además de divertirse en hacerlo, se va con esta crítica provocadora, si no es que un reclamo explícito, al catolicismo. Prácticamente se lanza contra la hipocresía, poder y doble moral de la Iglesia.

Basándose en el personaje real de Benedetta Carlini, una monja del siglo XVII que aseguraba tener visiones místicas y que desarrolló su sexualidad con otras religiosas de su orden, Verhoeven añade elementos desafiantes con toda intención de mostrar que el villano en la historia es la Iglesia, o la religión en sí.  Benedetta (Virginie Efira) representa esa voz que busca menos opresiones a través de la práctica y  no de la palabra, tal como sí lo hace la institución con la que coincide en credo. 

 

Verhoeven no solamente confronta. También lo hace notorio en concordancia con su postura rebelde. Vemos masturbaciones con figuras religiosas, así como un Jesucristo con espada en mano y débil ante los placeres de la carne. Esas imágenes pueden incomodar a los creyentes o ser aplaudidas por aquellos que comulgan con la visión del director, quien puede ser calificado de “blasfemo”, “sacrílego” e “irrespetuoso” por el público conservador, sin embargo plasma en esas postales una protesta contra la intolerancia clerical hacia la figura femenina ejemplificada con la crueldad de una frase. ¿Cuál? Cuando le dicen a Benedetta que su cuerpo es lo peor que le pudo haber pasado. 

Bajo esa consigna, ¿no es acaso la carne el conducto más efectivo para pecar y así tener el motivo de culpa que justifica la búsqueda de la salvación que dictan los representantes de Dios en la Tierra? Si para salvarse hay que pecar, Benedetta se concede el derecho de descubrir y vivir su sexualidad en sincronía con sus inquietudes espirituales y filosóficas.

Por otra parte, el personaje del nuncio Alfonso (Lambert Wilson) nos puede resultar cercano a nivel espacial y temporal por su semejanza con representantes eclesiásticos contemporáneos que se han empeñado en hacer notar su autoridad machista, misógina e instigadora para imponer su filosofía de “si no estás con Dios, estás contra Dios”, principalmente hacia las mujeres. Su trato con Benedetta bien puede aterrizar en la insistencia de obispos, cardenales y arzobispos de hoy día que persisten en condenar y tachar de “inmundas” a las mujeres que visten de falda, defienden su preferencia sexual, se niegan a llevar una vida en sagrado matrimonio,  o toman decisiones sobre su propio cuerpo.

Hay una secuencia al final que cabe en la crisis actual del catolicismo en América Latina. ¿Por qué? Porque nos arroja una pregunta a la que da respuesta: ¿Quién tiene poder sobre quién? ¿La Iglesia sobre la feligresía y el pueblo? ¿El pueblo y la feligresía sobre los representantes de la Iglesia? Llevado al plano de la realidad actual, la gente se desquita alejándose de esa religión cuya institución se resiste al cambio y prefiere continuar con normas que todo condenan y no da cabida a la mujer.

Mención aparte merece Charlotte Rampling, señora actriz que a sus 75 años sigue eligiendo papeles que cuestionan la moral, increpan a la autoridad y demuestran que las septuagenarias no son viejitas tiernas haciendo manualidades. Su presencia, vital con una acción contundente en la historia de Benedetta, es otro ingrediente, ¿o mensaje?, de Verhoeven para sustentar su reproche rebelde contra la intolerancia clerical.